miércoles, 10 de abril de 2013

Charles Stross. Accelerando

El cambio de piso constituye una buena oportunidad para soltar lastre, lo cual no es posible sin revisar todas aquellas cosas que pueden ser calificadas como tal. Esa revisión, cuando se produce, acaba siendo a menudo un ejercicio de redescubrimiento. Siempre aparecen prendas, libros, discos que no recordábamos tener guardados. No les voy a dar cuenta de lo reencontrado estos días, al menos en lo material. Cuatro años no dan para perder mucho si eres, como yo, un tipo ordenado. En lo virtual, sin embargo, algunas sorpresas han sido mayúsculas, varias de ellas por triplicado. Incluso a mí, que como les digo odio el caos, se me acumula lo que Philip K. Dick, de estar vivo, denominaría kipple digital. La culpable en este caso es mi memoria, que cuenta con menos capacidad de almacenaje que un pendrive de gama baja. Mis vivencias se sobreescriben encima de las anteriores con gran rapidez.


No es coña, miren si no. Uno de los olvidos concierne a algo que guardé hace sólo cinco meses. Se trata de la serie documental titulada Profetas de la ciencia ficción. Consta de ocho episodios (todos en youtube a su disposición) en los que el director Ridley Scott presenta a algunas de las figuras más populares del género con la intención de calibrar la capacidad de acierto de sus predicciones. Grabé la serie hace cinco meses, y ahora, al ver los dos discos, no me sonaba en absoluto. Mi mala memoria. El caso es que ni siquiera recuerdo por qué decidí guardar aquellos capítulos. Supongo que porque algunos de los entrevistados son escritores del género a los que respeto, y porque seguramente, además del tema central de estos documentales habrá otro tipo de datos más interesantes. Lo cierto es que este asunto no me atrae nada. Lo de cargar las tintas en el carácter adivinador de la ciencia ficción es algo que incluso me desagrada. Porque se centra en la anécdota y deja de lado la parte artística, que es lo que realmente me interesa.
La ciencia ficción habla del presente, aunque la gran mayoría de sus narraciones transcurra en el futuro. Los posibles aciertos de la ciencia ficción tienen tanta importancia como los de la novela rosa en el mundo de las relaciones. Cuentan en el análisis de la obra, pero como un valor añadido, no como su objetivo central. Son algo divertido, charleta de frikis con cervezas en la mano, pero le hacen más mal que bien a la literatura y al cine de este género. Accelerando, por ejemplo, es, en su primera parte, una de las novelas más visionarias entre las escritas en los últimos años, pero quizás sea ese el valor menos importante del libro. En la reseña que escribí sobre él dedico una breve introducción a este tema.



De entre las muchas falacias contra las que ha de combatir el género de ciencia ficción, una de las más molestas es la que concierne a sus presupuestas dotes adivinatorias. “La cf acertó, la cf erró”, ya saben. Y digo molesta por no decir sangrante, puesto que si hay una cosa que los aficionados al género detestan es cualquier acercamiento a lo sobrenatural, a lo magufo, de tal modo que proponer parentescos con la videncia es, para la mayoría de sus seguidores, casi un insulto. El futuro es una de las esencias de la ciencia ficción, la cual presenta escenarios proyectivos no con la intención de medir su propia capacidad de acierto, sino para utilizarlos como campo especulativo, como metáfora, como simple decorado e incluso como advertencia. El futuro no es, en suma, otra cosa que su laboratorio literario.
El escritor de cf no se asoma a una bola de cristal cuando escribe, lo que intenta es, sencillamente, conseguir lo mismo que todo buen literato, hacer creíble su propuesta narrativa utilizando para ello las herramientas que tiene a su disposición. Los futuros que plantean los autores de distintas generaciones son muy diversos, pero no por los diferentes grados de anticipación, sino porque parten de presentes cambiantes. Un autor de los 50 jamás podría haber descrito los futuros digitales que imperan en la cf moderna, sencillamente porque el concepto no existía. Como artista, como ser humano, el escritor no puede evitar ser hijo de su tiempo, así que los futuros que construye parten de una mezcla de realidad actual e imaginación. El autor usa como fermento de ambos factores aquello que respira, ve y abstrae de la propia época en la que vive. Ni el objetivo inicial ni el resultado final son ejercicios proféticos; al contrario, son una consustancialización del éter que esencia el presente, convertido por el escritor en la más bella de las artes, la literatura.
Señalar como adivinatorias las ocurrencias escritas hace años en un libro debido a sus posibles coincidencias con los hechos actuales es tan espurio como afirmar que los clásicos griegos profetizaron al Hombre Moderno. En realidad, se limitaron a describir la naturaleza humana, el motor del individuo de su época, que incluía valores perennes en nuestra condición y a los que el paso del tiempo ha puesto a prueba, pero no ha cambiado. ¿Creen que aquellos viejos maestros elaboraron sus textos con una intención prospectiva o, más bien, se limitaron a cartografiar la cualidad interna del hombre que conocían? Que sigamos siendo los mismos no delata ninguna capacidad adivinatoria de los textos, sino el resultado casual de un mero proceso evolutivo. Con la ciencia ficción pasa lo mismo. Fue Ursula K. LeGuin quien dijo que la cf es en esencia metáfora. Y yo diría que es cierto, al menos en lo que corresponde a la parte de ella que no se resume en mero escapismo.
Accelerando es un libro publicado en 2005, un fix-up a la antigua conformado por tres partes de tres relatos cada una escritos entre los años 2001 y 2004. Leído en 2012, uno lo podría considerar profético por varios motivos, y sin embargo no fue esa la intención original de Charles Stross. De hecho, cuando se le ha preguntado al autor por la plausibilidad del concepto central de su libro, la singularidad tecnológica, la respuesta no ha podido ser más significativa: “Santa Claus no existe”. Lo cierto es que en el primer lustro del nuevo milenio, periodo en el que fue escrita la obra, ya se encontraban pululando en el ambiente algunos presagios de la actual realidad. Stross, motivado por la crisis de la burbuja punto com realizó una magnífica lectura de los indicios que apuntaban hacia nuestra actual época. Especular sobre los avances informáticos, muy presentes ya entonces, podía parecer lo más oportuno para un relato de cf, pero colocar en el centro de la historia al gran monstruo que inmediatamente después devoraría el mundo, esto es, el sistema económico neoliberal, fue sin duda una cuestión de talento.
El más llamativo de los aspectos en los que Accelerando se muestra cercano a nuestra actualidad es el tecnológico, aunque en realidad esa cercanía sólo se hace patente en la primera parte. Los tres primeros capítulos conforman un near future que plantea un presente informatizado e impulsado a la enésima potencia, una suerte de universo gibsoniano desbocado que, paradójicamente, no concede privilegios a Internet (el ciberespacio) y prefiere centrarse en el intercambio de información a traves de mil y un adminículos electrónicos que, en continuo crecimiento, configuran un complejo exocortex en cada individuo. La información y sus múltiples receptores son la estrella de la primera parte, con cuyo inicio se puede sentir una fuerte identificación. Por ejemplo, mientras leía los primeros capítulos del libro, una noticia en el diario El País, fechada el 15 de diciembre, vino a constituirse en el mejor elemento contextual de esos tres primeros capítulos. Decía así:
De aquí al 2020, el tráfico mensual de datos móviles podría multiplicarse por mil. Lo que para los consumidores es una revolución en el acceso a información y la forma de comunicarse, para las operadoras supone un gigantesco dolor de cabeza: cómo crear una red celular capaz de soportar tal avalancha de datos.
Para que se hagan una idea, cuando en un momento determinado de la narración Manfred Macx, el personaje más importante de la novela, se planta ante una estantería repleta de libros, un concepto ya obsoleto, el narrador la define como “pared de datos”. Ese punto de vista resume a la perfección el tono de la historia. La morfología de los datos, la cantidad de información y la capacidad de procesamiento son el campo de batalla de una novela que le debe al ciberpunk más de lo que en un principio pudiera parecer. Si en los inicios del libro está presente el espíritu de William Gibson, en las dos últimas partes la narración se emparenta con las propuestas transhumanistas del mejor Bruce Sterling, abandonando cualquier sujeción a nuestro presente y configurándose en un brillante ejemplo de ciencia ficción hard absolutamente moderna.
El caballo de batalla en ese aspecto es la Singularidad tecnológica, concepto seudocientífico que predice la llegada de una progresión exponencial subsiguiente a la creación de Inteligencias Artificiales, un Big Bang tecnológico que llevará al ser humano, aceleradamente, a trascender su propia naturaleza. Stross convierte esta idea en el telón de fondo sobre el que desarrollar la aventura de sus protagonistas, los Macx, a lo largo de tres generaciones. Como hiciera Clifford D. Simak con los Webster en el clásico Ciudad, Stross recurre a la historia personal de los miembros de la familia para elaborar una crónica de la evolución humana, en este caso un salto al infinito que dura apenas un siglo. Manfred, Amber, Sirhan y una plétora de personajes secundarios, con el gato Aineko a la cabeza, juegan su papel en la imparable evolución de los hechos, aunque es más notable el efecto que el contexto de la singularidad ejerce sobre ellos. Cada uno de los nueve capítulos cuenta su propia historia personal, constituyéndose a su vez en sumandos que van uniendo detalles a la evolución transhumana (y finalmente posthumana) que se desarrolla al fondo del escenario. Paralela a la aventura, la intercalada presencia de bloques informativos pone en conocimiento del lector los avances que van teniendo lugar, capítulo a capítulo, en un Sistema Solar en continua remodelación.
La conclusión que Stross aporta a la teoría singularitaria defendida por Vernor Vinge y Ray Kurzweil es bastante original y ofrece, por sus numerosas implicaciones, una buena oportunidad para el debate entre los aficionados al subgénero hard. En Accelerando, la conversión de toda la materia útil en computronio en diferentes órbitas alrededor del Sol da paso a la realización del fin último de la singularidad, la creación de un cerebro Matrioska enrocado alrededor de la estrella madre. La latencia y los problema de ancho de banda derivados de la distancia obligan a esa resultante a permanecer anclada en el centro de su sistema. Stross propone ese punto y la posterior inevitable degradación como culmen, no sólo de la progresión posthumana, sino de toda civilización que haya accedido a la singularidad. Semejante conclusión barre, por un lado, con la Paradoja de Fermi, ofreciendo una solución al misterio de por qué no atisbamos en la actualidad rastros de vida de civilizaciones más avanzadas en el cosmos: la singularidad es un callejón sin salida que mantiene a una civilización anclada a su estrella de origen, ocultándola, además, a la vista. Tal conclusión muestra un notable paralelismo con la realidad de nuestros últimos 30 años, en los que hemos dado la espalda al espacio a favor de la promesa virtual.
Por otra parte, y haciéndose eco de las teorías trasnhumanistas, Accelerando niega la necesidad de un Punto Omega tal como lo concibe Frank Tipler, ya que la progresión tecnológica exponencial y el aumento de la capacidad de procesamiento harían posibles, como se muestra en la novela, la digitalización y posterior recreación de seres humanos sin necesidad de esperar al fin de los tiempos. En ese aspecto, Stross se sirve del concepto sin llegar a profundizar en él. No hurga en la herida metafísica que la transferencia de la conciencia entre medios, del físico al virtual, sirve en bandeja. Al menos no a la manera concienzuda de Greg Egan. Lo que hace Stross es dar por sentada la cuestión, utilizando ese proceso como elemento de configuración de su universo narrativo, desechando cualquier duda por medio de los hechos y por boca de sus personajes. En un momento de la novela se llega a afirmar que el alma es software, y Pierre, el amante de Amber, dice sobre Pamela: “Nunca admitirá que su identidad es una variable, no una constante”. Las diferencias intrínsecas entre una resurrección (revolcado a un cuerpo físico de una identidad digital) y una resimulación (lo mismo pero con personajes del pasado o incluso ficticios, como en Los muertos de Jorge Carrión) son despachadas sin más como un asunto de competencia jurídica, no sin cierta sorna.
El sentido del humor, de hecho, es muy importante para sacarle todo el jugo a la lectura de esta novela. Si empecé este texto aludiendo a su carácter actual, a que parece más una obra escrita ahora mismo que hace ya diez años, fue debido sobre todo al otro gran activo de la historia. Insospechadamente, Accelerando es, grosso modo, una sátira económica. Si un escritor de cf con talento se pusiera a escribir ahora mismo una alegoría irónica sobre cómo está gestionado el mundo actual, no duden de que estaría escribiendo Accelerando. Manfred Macx se presenta de inicio como defensor de una economía agálmica, basada en los recursos. Su objetivo es el enriquecimiento ajeno global, una manera de torpedear el sistema mediante el altruismo y la evasión legal de impuestos. Los tres capítulos iniciales muestran un campo de batalla económico en el que el capitalismo es puesto en jaque por medio de mil y una estrategias. Si el lector es consciente de la vertiginosa transformación del planeta es gracias a los mutables procesos económicos que pasan ante sus ojos. Todos los movimientos, toda la acción existente en esta primera parte tienen un trasfondo económico. Si hay un grito de agonía en el proceso de aceleración no procede de individuo alguno, sino del propio neoliberalismo mientras sufre mil y un procesos de deformación, mientras es pervertido hasta sus límites.
Stross construye muy bien el contexto tecnológico, los detalles de la globalidad, sociales, culturales y políticos, pero muestra aún más interés por los procesos económicos. En la primera parte, la cantidad de subtramas es apabullante. A través de ellas logra capturar el zeitgeist de las distintas fases de ascenso que va provocando la singularidad, pero son las mutaciones continuas del sistema socioeconómico, destilado del capitalismo neoliberal, las que marcan los designios de los personajes. Empresas, capacidad de negociación, recursos, agentes, derivados financieros…; quizás el progreso de esta singularidad se apoye en la tecnología, pero su avance está marcado principalmente por los procesos económicos. Todas las disputas, individuales o globales, responden a un afán económico. La economía no sólo rige el mundo, sino también la evolución de la especie. Y según Stross, no sólo de la nuestra. La segunda parte de la novela es un recital de originalidad que acentúa la capacidad irónica del relato.
Mucho se ha escrito en la ciencia ficción sobre primeros contactos, mucho se ha elucubrado acerca de qué nos encontraremos al otro lado, si exóticos BEMs, misteriosos océanos de arquitecturas incomprensibles u otra cosa inimaginable. Accelerando ofrece su propia versión, que es, a nadie sorprenderá a estas alturas, bastante sarcástica: IAs travestidas de procesos económicos, colectivos de antiguos programas empresariales autoconscientes, elementos financieros convertidos por obra y arte de la singularidad en seres inteligentes. Carroñeros finiseculares del siglo singularitario que rebuscan en las ruinas de routers intergalácticos. Eso es lo que la primera avanzadilla humana se encuentra cuando sale de su sistema. El primer contacto à la Stross es una transacción económica en la que, como si fuéramos indios ignorantes, se nos intenta engañar con abalorios y agua de fuego. En las relaciones intergalácticas lo que cuenta no es la afabilidad, sino la destreza en el viejo arte de la negociación. Que lo que nos espera al otro lado no sean mas que herramientas económicas autoconscientes lo hace aún más duro para los personajes, aunque mucho más divertido para el lector.
Hay más muestras de humor a lo largo de la narración. Por ejemplo, la continua actitud displicente de Aineko, el irritante gato artificial que acompaña a los tres miembros de la familia, o las menciones a Spider Jerusalem y al propio Vinge, pero yo diría que su verdadera función es la de hacer llegar al lector una ingeniosa crítica sobre la importancia actual de los factores que rigen la Gran Economía, auténtico dios del planeta en este comienzo de siglo XXI, y los efectos que el calado neoliberal puede tener como fuerza deshumanizadora. Stross, en su sátira, coloca la búsqueda de beneficios como motor de la evolución y elemento definitorio y último de toda civilización. Cuando toda especie consciente haya desaparecido, los fantasmas del sistema económico seguirán peleándose entre ellos por las migajas que aún queden entre las ruinas.
Además de los valores conceptuales de la novela, los cuales deberían volver locos a los fanáticos de la “literatura de ideas”, es obligado hablar del estilo formal, del método elegido por Stross para hacer llegar al lector este ejercicio de mordacidad tan sumamente hard. Accelerando está escrita con ese afán de complicación tan caro a la ciencia ficción de la pasada década. Sacrifica la belleza del lenguaje por su funcionalidad, por la capacidad para mostrar un futuro complicado, a la par cool y extraño, y por la voluntad de insuflar al modo narrativo el mismo tempo que existe en el argumento. Se puede decir que el éxito logrado en cuanto a la realización de ese paralelismo es mayúsculo. La novela se lee al ritmo de un chasqueo rápido de dedos, el lector va recorriendo sus páginas como quien, desde el asiento en un tren bala, ve pasar el paisaje tras el cristal a toda velocidad. Para disfrutar de ese efecto, se ha de entrar en el juego y dar por sentados una serie de conceptos, pues se hace algo complicado en un principio entender del todo la propuesta.
Por hacer un símil un poco rebuscado, el estilo de Stross viene a ser el del guionista Grant Morrison en el arte del cómic. Da muchas cosas por sentadas, repartiendo aquí y allá frases frescas e ingeniosas pero de una marcada complejidad, y lo hace sin ofrecer asideros narrativos previos al lector. Es un estilo a veces elíptico que busca una complicidad inteligente y que en ocasiones dificulta el pleno entendimiento. En los primeros capítulos, hasta que uno le coge el juego, es necesario releer algunas frases. Hay pasajes del libro que no cuentan con una gran claridad, como por ejemplo aquel en el que se narra el ataque de las langostas en el capítulo titulado “Router”. Por otra parte, el carácter hard del libro tampoco ayuda. Quien quiera seguir adelante habrá de dar por sentada cierta terminología, comopor ejemplo los vectores de estado, las realidades anidadas, los sistemas basados en conocimiento y algunos neologismos más complejos, además de un sistema de marcación temporal en segundos que invita a realizar cálculos mentales.
No es este un libro para profanos, sino para auténticos expertos del subgénero. Se trata, por ello, de una de esas obras sobre las que se puede colocar el cartel de “no exportable”, no apta para quien carezca de ciertas claves conocidas por los aficionados. El seguidor de la ciencia ficción más nuclear, sin embargo, se va a encontrar de lleno con una de las obras más reseñables de estos últimos años, generosa en conceptos e imaginación, inteligentemente crítica y cuyo carácter actual está fuera de toda duda. Su único defecto se encuentra en la muy insatisfactoria conclusión. El último cuento/capítulo, titulado “Superviviente”, es francamente decepcionante, un cuerpo extraño, forzado y sin contenido si lo comparamos con la gran calidad que exhiben los ocho anteriores. Sin ser crucial, pues lo importante ya estaba dicho, es un cierre que da una cierta sensación de rara artificiosidad, de impostura.
Atendiendo a la enorme calidad con la que cuentan los ocho relatos restantes, este libro supone una nueva bofetada en plena cara para aquellos que, apocalípticamente y de manera alevosa, anuncian la muerte de la ciencia ficción desde hace lustros. Ya no es sólo que baste alzar la cabeza más allá de los límites del género para cerciorarse de que la ciencia ficción ha triunfado y está más viva que nunca (echen un vistazo a las baldas de literatura general en las librerías, no hace falta profundizar más), es que si se hace un análisis intramuros se puede comprobar, siendo mínimamente imparcial, que esta última década ha arrojado obras extraordinarias (Luz, La estación de la Calle Perdido, Accelerando, La chica mecánica, Mundo espejo, El último día de la guerra y alguna más), en mayor número que las que se dieron en el penoso período de los 90, y que muchos de los nuevos grandes nombres de la actualidad, autores como Mieville, McAuley o Stross, siguen cumpliendo con la tradición de incluir elementos de crítica social en sus obras con un criterio excelente. Accelerando es otro golpe en la mesa, una demostración más de que la ciencia ficción goza de una salud excelente.


El texto original de esta reseña fue publicado en el portal Prospectiva.

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